martes, 8 de junio de 2010

Taxi, taxi



 “Señor en cuánto me lleva a la zona 10, en el Edificio Galerías Reforma”, “en Q50”, contesta “en Q45”, le pido, “bueno está bien súbase”, me responde sonriente quien me llevará a mi próxima estación.
Como lo plasmara Ricardo Arjona en la canción “Historia de Taxi” los taxistas tienen mucho que contar, al mismo tiempo que manejan narran historias fabulosas o simplemente nos convertimos en sus oyentes o confidentes.

“Seño yo me fui a Estados Unidos, trabajé 10 años y por eso compré mi carrito”, me relataron una vez, esto suena común, pero en otra oportunidad alguien me contó que trabajaba en la embajada de Japón, mediodía, que tenía grandes propiedades y, además, que su hijo vivía en Estados Unidos y era gerente de Jhonson & Jhonson, en ese momento sentí un timbre que resonó mi caja cerebral que me decía no te creas esta narración y pensé quizás este amable conductor había visto, un día antes, una buena película en TNT.

Otro día conviví asiento de copiloto con uno de los hombres más machistas que he conocido, regordote, serio, seguro de sí mismo y pelo en pecho que gritaba a los cuatro vientos que la mujer debía quedarse en la casa con los quehaceres domésticos y que el hombre tendría que ser mayor siempre, que jamás dejaría trabajar a su esposa porque se la quitarían, debo confesar que fue el viaje más aburrido de mi vida, compartir con un troglodita del siglo XXI.

Esta profesión se ha tornado violenta y tanto el pasajero como el conductor conviven estresados porque no saben qué les depara el recorrido, pueden ser víctimas de asalto o asesinato, sin embargo mientras apremie la urgencia de llegar a un sitio los localizaremos en cualquier punto de la ciudad y nos sentaremos a escuchar historias llenas de aventuras diarias.

Póngale más volumen



 Escena uno, un joven en el bus no presta atención de lo que pasa a su alrededor, abstraído con sus audífonos permanece por ratos inerte, a lo sumo mueve la cabeza o el pie al compás de lo que oye, no importa si va entre canastos, lo empujan o al borde de la última escalera, su cuerpo sólo responde a los ritmos.

Escena dos, otro adolescente cabizbajo y distraído por la última melodía de Black Eyed Peas o de Tito el Bambino, pasa la calle con premura sin percatarse del bocinazo del carro que le pasó cerca, todo por la genialidad de la música que es capaz de hacerlo pasar a uno un rato ameno, distractor de grandes problemas cotidianos.

Escena tres, el empleado municipal, el de la recepción o en gerencia todos escuchan el cancionero, en cualquier momento de descanso, ese estímulo e inspiración para terminar una ardua faena de labores, eso sí sin distraerse de los tareas pendientes.

La música está presente en nuestras vidas, desde que nacemos las mamás ponen a escuchar melodías al bebé en su vientre, de allí las clásicas canciones infantiles con las que crecemos, luego el paso a la adolescencia cuando nos enamoramos con una romántica canción que nos dedican o dedicamos.

También ayuda a concentrarnos mejor, según algunos especialistas, con piezas de Beethoven y Mozart; asimismo beneficia en sesiones terapéuticas para enfermos, la música es vital y buen compañero en cualquier instante.

Ahora con permiso necesito oír algo que me anime para una noche de duro trabajo y quiero subirle el volumen a la radio o parar bailando sin salir de casa.